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“Colmillos del Bayou”: ¡Cuidado donde pisas!

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Fernando L. Simó
Fernando L. Simó
Miembro fundador de mundoplus.tv, seriefilo, cinefilo, devorador de libros y en pleno redescubrimiento de los cómics. Amante de la cultura (pop) y de la Historia, y ministérico de corazón.
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El lagarto Juancho (Wally Gator en la versión original) era un simpático cocodrilo surgido de la mítica factoría de Hanna Barbera que vivía apaciblemente en un zoo de Florida. Acostumbrado a los humanos, el simpático Juancho siempre acababa metido en líos por sus ganas de escapar del zoo para conocer la ciudad. Menos amistosos y con mucha más mala leche, son los caimanes que persiguen a los protagonistas de “Colmillos del Bayou” (un título que no deja nada a la imaginación), película que llegó este pasado viernes en alquiler a las plataformas de streaming. Un thriller de supervivencia, a priori con una premisa interesante, pero que acaba tan estancado como los pantanos de Louisiana donde supuestamente se ambienta.

Rodada en Filipinas, Colmillos del Bayou nos presenta a Kyle (Athena Strates) que junto a sus amigos viaja de Houston a los Cayos de Florida para esparcir las cenizas de su hermano, recientemente fallecido. Sin embargo, en un inesperado giro de guion (véase la sonrisa irónica), una de sus amigas les sorprende llevándoles hasta un aeródromo para tomar un vuelo con una aerolínea, cuando menos sospechosa (guiño, guiño). A partir de aquí, la cosa se torcerá, como no podía ser de otra forma (¡oh!, sorpresa), acabando con el avión estrellado en los pantanos de Luisiana, y con nuestros amigos de velatorio, el resto del pasaje y los pilotos, rodeados de caimanes con intenciones nada amistosas.

Brad Watson y Taneli Mustonen dirigen esta película que nace con un gran problema de fondo, que hunde el resultado final en lo más profundo del pantano. Este no es otro que desde el principio, se toma demasiado en serio así misma. Desde los créditos iniciales, vemos como nos reproducen noticias de ataques de caimanes y de las víctimas que estos han provocado. Sin embargo, a pesar de contar con una idea interesante, sus responsables no consiguen en ningún momento engancharnos a la historia que nos quieren contar. Esto ocurre en gran medida, por el nulo desarrollo de los personajes, salvo tal vez el de Kyle, estudiante de biología y conocedora del comportamiento de los depredadores (muy conveniente), y que sufre por la pérdida de su hermano. El resto de los pasajeros son solo carnaza para los caimanes (figurantes casi sin texto), y solo se ha pensado en ellos para proporcionar a los espectadores escenas de sangre y sustos.

Tal vez si sus responsables hubieran tomado el camino de la comedia, Colmillos del Bayou hubiera funcionado mucho mejor. Una comedia de terror sobre caimanes asesinos y traficantes de droga, en medio de los pantanos de Luisiana, con toques de gore. Una combinación ganadora a todas luces más resultona que lo que acaba siendo esta cinta, que, en su delirio, solo proporciona emoción cuando algún personaje es engullido por el aligátor de turno.

Es cierto que Colmillos del Bayou cuenta con una trama predecible y un desarrollo delirante, pero, si sabe jugar con la iluminación y la niebla para crear una ambientación intrigante. Esto es gracias a la fotografía de Steve Hall, que consigue dotar a la película de una atmosfera opresiva que parece acecha a los supervivientes del accidente aéreo. Sin duda, lo mejor de esta cinta que en términos generales desaprovecha su idea inicial, para contar una historia mil veces vista, sin tomar ningún riesgo.

En resumen

Colmillos del Bayou es de esas películas que podría haber sido mucho mejor de lo que finalmente ha acabado siendo. Sin embargo, es perfecta para verla en compañía de unos amigos, y si es con la ayuda de algún mejunje de destilería, mucho mejor. Así te aseguras de que el rato que pasa entre ataques de caimanes, este lleno de esa diversión que la película no te proporciona. Una lástima que una historia con potencial y con una fotografía por encima de la media, termine en el cajón de cosas que es mejor olvidar. Afortunadamente, su duración es la justa y necesaria. ¡A Dios, gracias!

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