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“Monsters. La historia de Lyle y Erik Menendez”: Sobre el punto de vista

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Carlos Muñiz Vidal
Carlos Muñiz Vidal
Intento huir de las películas y las series, pero ellas me persiguen. Desde mis estudios de audiovisuales a mi trayectoria profesional en canales temáticos, puede que sea yo el que las persiga a ellas. Fascinado por las historias desde siempre, sean éstas a través del cine, la literatura, el teatro o la televisión, en esta época de plataformas intento buscar esa fascinación oculta en el algoritmo que nos impide descubrirlas.
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Ocurrió allá por el lejano 1950. La gente salía del cine escandalizada después de asistir al estreno de la película de Alfred Hitchcock, “Pánico en la Escena”. En ella, por primera vez, había un flashback que era mentira. Un personaje se pone a recordar lo sucedido en el pasado, y, en algo que actualmente está más que aceptado, lo que recuerda en realidad solo es su versión, la versión que quiere dar para librarse en ese caso de una sospecha. Esto en su día se tomó como un sacrilegio, como si el cine perdiera la inocencia a partir del hecho de trasladar al espectador una historia intentando jugar con su subjetividad, con su predisposición a creer o no a los personajes basando su criterio en unas imágenes que no son ciertas. Acababa de nacer el tramposo punto de vista cinematográfico.

Ya incorporado este elemento a la moderna narrativa audiovisual, hasta el punto de que casi se ha normalizado el engaño a través de imágenes simulando que son ciertas (los famosos falsos documentales), la segunda temporada de la serie Monstruos, disponible en Netflix, aborda el caso de los hermanos Menéndez jugando con ese punto de vista hasta el punto de conseguir desvirtuar el veredicto del espectador ante este mediático caso que conmocionó al público norteamericano al inicio de los años 90.

Esa manipulación a través de las imágenes ocurrió también en la realidad: el juicio a los dos hermanos fue retransmitido en su integridad por una recién estrenada cadena de televisión y el testimonio en el estrado de ambos hermanos, desgarrador por su sinceridad, hizo que en multitud de hogares y a través de la opinión pública no se estuviera de acuerdo con el veredicto final. De nuevo el punto de vista había manipulado al espectador, como hacía 40 años. Después del éxito de su primera temporada, en la que narraba los crímenes de Jeffrey Dahmer, la expectación sobre la segunda temporada de la saga sobre crímenes reales creada por Ryan Murphy e Ian Brennan tal vez se vio mermada para sus seguidores por la elección del tema. Si Jeffrey Dahmer fue uno de los asesinos en serie más sanguinarios de la crónica negra norteamericana, el crimen de los hermanos Menéndez no parecía estar al mismo nivel comparándolo con las fechorías del conocido como “Caníbal de Milwakee”. El caso de los Menéndez se podría resumir en dos jóvenes de familia rica que mataron a sus padres para quedarse con su dinero, pero el resultado final es una estupenda crónica negra de un acontecimiento que tuvo una gran trascendencia mediática.

En cuanto repercusión en la historia negra norteamericana, el crimen de los hermanos Menéndez fue especial principalmente porque ocurrió entre las mansiones que pueblan Beverly Hills, un lugar mitificado por el lujo y el glamour que añadía morbo a una historia que tal vez en otras circunstancias no merecería tanta atención. El otro elemento que hizo que este caso sea tan recordado es que el juicio fue televisado, y la repercusión del mismo fue enorme debido a su difusión en todos los programas de noticias. El caso pasó de ser una crónica local de un crimen ocurrido en California, a que se cubriera a nivel primero nacional y luego incluso internacional.

El trabajo de adaptación de Ian Brennan y Ryan Murphy, dos profesionales en esto de adaptar páginas negras y no tan negras de la historia norteamericana reciente, se caracteriza habitualmente porque existe un punto de homenaje a cada época en la que transcurren sus series y esta historia cumple con ese planteamiento de forma soberbia; es algo que se trasluce en el vestuario, en la música que escuchan los protagonistas, en el diseño de producción o incluso en algunas partes de la interpretación de los personajes y las situaciones vividas que rayan en la parodia de una época.

Este distanciamiento, que era (y es) palpable en algunos de los productos audiovisuales en los que han estado involucrados, como Hollywood, Glee, American Horror Story o, sin duda la que más se aproxima, la saga American Crime Story, ayuda a digerir las historias más truculentas, como ésta, ya que ese envoltorio consigue que nos acerquemos a los crímenes con algo de distancia. Aunque esa distancia, en esta ocasión, juegue con el citado punto de vista permanentemente.

Alimentar el morbo del espectador y de todos los personajes que tienen algo que decir en esta serie es el motivo de ese juego con la narración; cualquier detalle escabroso que se añade como justificación al crimen perpetrado no hace sino aumentar tu capacidad de empatía hacia éstos dos jóvenes consiguiendo que superes tu aversión a sus caprichos de millonario; a ello ayuda, naturalmente, la soberbia interpretación por parte de Cooper Koch y Nicholas Alexander Chavez, cada uno en su registro interpretativo, secundados por un Bardem estupendo, alcanzando un casting que incluye a Chloe Sevigni o Nathan Lane unos niveles de premios y reconocimiento a la altura de su predecesora.

Volviendo a la parcialidad del punto de vista, la visión de un episodio (el quinto) en el que, en un plano fijo y durante 35 minutos, asistes pasmado a la confesión de una serie de abusos sufridos por el personaje de Erik Menéndez sin despegarte de la silla, es un poco lo que cambia por completo la estructura de la serie, y tu percepción modificada por ese punto de vista con el que has empatizado por completo te impide hasta cierto punto aceptar las abrumadoras pruebas en contra de los dos hermanos, en una escena que sirve de paralelismo con las vividas por el público estadounidense durante el juicio.

Ese juego con el punto de vista aparece hasta en la preparación para dicho juicio. En un momento dado, Lyle Menéndez vuelve a contar lo sucedido en la casa la noche del crimen incluyendo elementos que no aparecían por ningún lado en sus declaraciones anteriores. Y sus abogadas, a la luz de los hechos, le corrigen. El personaje no tiene ningún inconveniente en volver a contar otra versión. Esta sacudida de realidad que de vez en cuando sufren los acusados no merma, debido a esa ambigüedad, la sensación de permanente justificación de los crímenes, consigue cambiar el modo en cómo se les ve, aportando la serie una carga moral que te engancha a verla de un tirón. A esto ayuda también la elección (también marca de la casa) de unos directores para cada episodio como Carl Franklin, reputado director de películas (“El demonio vestido de azul”) y episodios de series míticas (“Homeland”, “The Leftovers”, “Mindhunter”), o Michael Uppendahl (“Mad Men”, “Fargo”).

La serie se complementa con un estupendo documental, disponible también en Netflix, de casi dos horas de duración con entrevistas a todos los protagonistas incluyendo las imágenes reales del juicio.

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