“Desde esta mañana, lo que es real y lo que no es asunto mío”. Es lo que dice Maria Callas (Angelina Jolie) a su mayordomo (Pierfrancesco Favino) cuando este le pregunta por su medicación. Y es que lejos de ahondar en la exitosa carrera como soprano de Callas, Pablo Larraín retrata los últimos días de una diva sin voz, con delirios y con más orgullo que dignidad.
Larraín no es ajeno a este tipo de biopics, pues Maria Callas forma una trilogía interesantísima con Jackie (2016) y Spencer (2021). Tres películas que, más que un repaso de la vida de grandes figuras, son un estudio de sus psiques. Tres mujeres (Jackie Kennedy, Lady Di y Maria Callas) retratadas en los momentos más bajos de sus vidas, recordándonos que detrás de las joyas y los ostentosos palacios hay mucho sufrimiento. En el caso de Maria Callas, vemos a una mujer que lo ha perdido todo (la voz, el amor y el respeto del público) y que está, literalmente, muriéndose de pena. Abandonada a las pastillas, vive acompañada de su criada (Alba Rohrwacher) y su mayordomo, dos fantasmas que hacen compañía a los del pasado de la soprano.
La interpretación de Angelina Jolie es de una entrega total, pues se muestra más frágil y vulnerable que nunca. Una muñeca rota que el mundo parece haber olvidado y que es prisionera de sus recuerdos y de unos aplausos que no volverá a recibir. Más allá de la complicación vocal (cristalizada en una aria final en forma de último aliento), Jolie logra ser trágica a la vez que sexy y carismática. El guion de Steven Knight le construye un personaje a medida, dándole vida a través de irónicas réplicas de diva y de una perpetua autocompasión.
La puesta en escena de Larraín es, como siempre, técnicamente perfecta. Ya son marca de la casa el dominio del blanco y negro (en los flashbacks) de su director de fotografía, Edward Lachman, y la atención al detalle en el diseño artístico y de vestuario. Pero lejos de la personalidad que demostró el chileno en Spencer, Maria Callas peca de parecer un anuncio de perfume, los montajes del paisaje parisino con los delirios de la cantante le dan un aura artificial que, a pesar de ser buscada, es un paso atrás respecto a otras obras del cineasta.
Tanto Maria Callas, como el resto de biopics de Larraín se destacan por su punto de partida impresionista, en el que se mezcla realidad e imaginación con una sencillez pasmosa. Es difícil saber si el cineasta chileno pretende recrear los últimos días de la soprano o sus delirios en el lecho de muerte y lo que promete ser una historia “basada en hechos reales” muta en un cuento de fantasmas.
En resumen
Maria Callas está construida desde una propuesta llamativa y una interpretación monumental, y sorprendería viniendo de cualquier otro director. Pablo Larraín nos ha acostumbrado a estos retratos impresionistas que son ya su sello autoral y un soplo de aire fresco ante todos los biopics de fórmula que vemos todos los años en Hollywood. Puede que Maria Callas, en los últimos meses de su vida, perdiera la voz, pero Larraín no hace más que afianzar la suya en el panorama autoral internacional.